"La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en el que se trata a sus animales." Mahatma Gandhi (hombre de estado y filósofo)

14 noviembre, 2005

Un día de lluvia.

Sucedió en algún momento de aquel invierno de 2000, en el que en Galicia comenzó a llover en octubre, y no paró en cuatro meses, hasta enero. De hecho, el día que dejó de llover, salió en las noticias. Yo iba a algún sitio de mi pueblo un sábado por la mañana, compartiendo paraguas con mi hermana. Nos dispusimos a cruzar el puente sobre el río, que bajaba con furia, revuelto y sucio, y con más agua de la que había llevado nunca. Todo parecía normal: llovía, hacía frío, la gente estrenaba el quinto paraguas de la temporada, todos se deprimían a causa del clima, y todos iban en su mundo, ignorando todo lo que los circundaba. De repente, en mitad del puente, una señora angustiada y llorosa nos paró a mi hermana y a mí en busca de solidaridad y consuelo. No recuerdo que dijo exactamente, sólo recuerdo haberme asomado y ver a un gato agarrado con todas sus fuerzas a los muros que delimitan en río, gritando angustiado. De alguna manera, el gato había caido, o había sido arrastrado por las aguas desde otro punto del río, y había sido capaz de agarrarse al muro. La señora nos imploraba que salvásemos al gato, pero para nosotras era físicamente imposible. Yo, recordando las típicas anécdotas de película estadounidense, sugerí ir a pedir ayuda a los bomberos, puesto que la estación se encuentra a no más de doscientos metros del puente en el que nos encontrábamos. Nerviosas, corrimos bajo el mismo paraguas hasta el garaje del flamante camión de bomberos. Allí estaban, una docena de veinteañeros fuertotes, viendo aburridos la televisión. Les dijimos que cerca de allí, en el puente, había un gato desesperado a punto de caer al agua, y que si lo podían coger con algún artilugio telescópico (veo demasiada televisión).
-¿Un gato?-dijo uno de los que se encontraban de pie.
-Sí, un gato. Pero es que si no lo coge nadie, va a caer al río y va a morir.
-¡¿Un gato?!. Ummmm..., ¿es vuestro, al menos?-contestó.

¿"Al menos"?. Si el que estaba en el agua fuera mi gato, haría veinte minutos que esos zopencos me estarían quitando a mí del río.

-No, no es nuestro, pero es que da mucha pena porque está a punto de caer - contestamos desesperadas.
-Pssssss, pues no sé, no nos vamos a mojar por un gato.

Y a continuación dijo que lo sentía y nos marchamos resignadas. Porque ese chico no iba a mojarse con agua de lluvia por un gato.

Volvimos al puente afligidas, la señora seguía vigilando y llorando.
De repente, un coche que se acercaba a toda velocidad paró justo al lado del puente, y de él bajó un trabajador de protección civil, mucho menos joven y esbelto que los bomberos con los que acabábamos de perder el tiempo. No sé quién lo llamó ni como se enteró de lo que estaba sucediendo. Llevaba una cuerda en la mano, y sin cruzar mirada ni palabra con nosotras, lanzó la cuerda al gato en desesperado intento de que éste se agarrara a ella. Pero el gato estaba agotado, mojado y aterrorizado. Y un gato jamás se agarraría a una cuerda.

La marea subió, y el gato desapareció.

El chico de protección civil se volvió a montar en su coche, la señora bajó la cabezá y se marchó. Y nosotras dos fuimos a donde fuera que nos dirijíamos en el momento que nos encontramos con el gato. Todos los demás siguieron ignorando el acontecimiento y buscándole sentido a sus vidas, hundidas por la lluvia.

Y yo aún no soy capaz de contar esta historia sin tratar de contener las lágrimas.